Diario de una podóloga rural

jueves, 8 de mayo de 2014

Un día cualquiera de mayo, vinieron dos hermanas sexagenarias a la consulta. Mientras una se descalzaba airosa con ganas de subir al sillón, la otra reposaba sentada y buscaba un abanico en su bolso. Se ve que la cosa se le empezó a complicar a la pobre señora -yo veía por el rabillo del ojo que el abanico iba a todo trapo- y cuando ya no pudo más, nos dijo: -"Oye, qué calor tengo", a la vez que se desabrochaba unos cuantos botones de la blusa. Hasta aquí, todo podría considerarse como algo natural y seguimos con nuestra conversación, la hermana con menos sofocos conversaba alegremente y la hermana con más sofocos escuchaba. Iba pasando el rato y yo iba intuyendo ligeros movimientos relacionados con los botones de su blusa, pero yo estaba atenta a mi faena, hasta que de nuevo, la hermana con más sofocos, exclamó -"Ay, qué calor tengo, no puedo más". La respuesta de la hermana con menos sofocos fue instantánea. Con un leve movimiento cervical, la miró y respondió: -"Pues mujer, quítate la blusa, estando entre mujeres, hay confianza". Dicho y hecho. Bajó una hermana vestida del sillón y subió otra en sujetador. Vivir para ver.
Este anecdotario va dedicado a mi madre, la persona que siempre me escucha al llegar a casa y la que me ha animado a recopilar todas las frases, situaciones, diálogos y en definitiva vivencias que salen del trato cercano entre mis pacientes y yo como podóloga. El objetivo de este blog no es otro que el de guardar algunas de las hilarantes anécdotas que me suceden en mi día a día, sobre todo en el entorno rural y con la tercera edad. Lo dicho:

-Mamá, va por ti.